domingo, 18 de diciembre de 2016

Cosas de Navidad


Recuerdos 




Cuando llegan estas fechas  de Navidad, sabido es que las personas que sufren algún problema, lo acusan más. Uno se siente más solo, más desgraciado, más desesperanzado ante su propia realidad, cuando la compara con la alegría y felicidad que cree ver en los demás. No es envidia de que ellos disfruten, simplemente es tristeza por no poder hacerlo también.
Uno
Ya hace muchos años murió mi padre un 18 de diciembre en Campo y lo enterramos el 19. Hasta entonces, todos los años, nos hacía llegar a Barcelona el abeto que él mismo había elegido en el monte. No solían ser tan bonitos como los que vendían en las tiendas, pero para mi eran un tesoro, cuando pensaba en el tiempo que había dedicado al asunto y el cariño que había puesto en ello. Pero, aquél año, ya no tuvimos su árbol de Navidad.
Al regresar a Barcelona, el 20 de diciembre, lo primero que hice fue ir a comprar un arbolito. Mis hijos eran pequeños y disfrutaron igual que siempre. Ellos tenían la misma ilusión, pero a mi solo me quedaban los recuerdos y las tarjetas de visita con las que mi padre acompañaba cada árbol que nos enviaba, repletas de palabras tiernas, casi siempre las mismas o del mismo estilo: "Queridos hijos y nietos: he ido al monte esta mañana pensando en vosotros, y os he elegido este abeto que creo que era el más bonito, espero que os guste. Os abraza."  
La moraleja de esta historia sería que, el mejor regalo que podemos ofrecer no es el que compramos, sino lo que entregamos a los demás de nosotros mismos: nuestra atención, nuestro mimo, nuestro tiempo, las ganas que ponemos en hacerlos felices... esas cosas son las que perduran.  
Campo. Javier Fuster Reyes
Y dos
Otro recuerdo de estas fechas, también tiene que ver con mi padre y la Navidad, aunque hubiera podido pasar en cualquier otra fecha, pues la verdadera protagonista de la historia es la amistad, y la solidaridad también.
Era el 23 de diciembre, el día que mi madre celebraba su santo, Santa Victoria. Como en casa existía la buena costumbre de celebrarlo todo, celebraciones que casi siempre se reducían a una comida especial con algún postre y un poco más de buen humor, mamá decidió que, ese día, haríamos cena especial, porque mi padre tenía trabajo en Monzón y no estaría para la hora de la comida. 
Campo, nevada 2005. Javier Fuster
Hacía frío aquél año en Campo, estaba todo nevado y los coches tenían problemas para circular, pero mi padre dijo que tenía que salir de viaje a la fuerza pues tenía que resolver algunas cosas, y que procuraría volver pronto, a las 4 ó a las 5 pensaba estar de regreso. En la época de la que os hablo no había teléfonos móviles, y pocos fijos.
Cuando el reloj de la iglesia dió las seis de la tarde, mi madre ya no pudo disimular más su nerviosismo y empezó a decir.
"Es muy raro, muy raro, que no esté ya aquí. Ha dicho que a las 5 estaría de vuelta.
Intentábamos calmarla, pero no servía de nada, y el tiempo pasaba lento y rápido a la vez, y ya estábamos todos contagiados por el temor. Llamamos a Monzón y nos dijeron que había emprendido el camino de vuelta casa después de comer, antes de las 3 de la tarde, porque él mismo había dicho que la carretera de Graus a Campo estaba muy mal por la nieve. Nos quedamos de piedra, ya no sabíamos qué pensar.  A casa llegaban amigos y vecinos a ver qué podían hacer. Se organizó una especie de "gabinete de crisis" y allí cada uno iba lanzando una hipótesis. Ya eran casi las 8 cuando alguien tuvo una buena idea.
- Si ha pasado por Graus, seguro que Jesús lo sabe. Daniel no pasa nunca por allí delante sin decirle algo.
Llamaron a aquél amigo y les dijo que no, que lo había saludado por la mañana, pero que no lo había visto regresar y eso quería decir que, si había salido de Monzón a las 3, se había quedado en el camino. Los hombres que estaban en casa dijeron que salían inmediatamente a buscarlo, para ver si lo encontraban por la carretera de Barbastro a Graus, pero Jesús les dijo que estuvieran tranquilos, que él, con su hijo y otras personas con las que contaba, llegarían antes a esa zona. De todos modos, un grupo de los que estaban en casa emprendieron camino a Graus, porque si daban con él, podrían traerlo a casa.

Al cabo de un par de horas, llamaron los amigos de Graus para decir que lo habían encontrado. El coche de mi padre se había salido de la carretera y se había caído por un barranco. Allí no había nieve, sino mucha niebla. Fue una suerte que lo divisaran, porque probablemente, si hubiera permanecido toda la noche a la intemperie y malherido no hubiera sobrevivido. 
Poco más tarde de una hora, llamaron al timbre de la puerta, que siempre estaba abierta. Extrañada bajé a ver quien era y me encontré a mi padre de pie, todo ensangrentado, pues como después supe, llevaba varios dientes rotos. Se me abrazó llorando, no podía hablar. Me dijeron los amigos que le acompañaban que la gran preocupación de mi padre era que mamá le viera en aquél estado, no quería que se asustara. También contaron que habían querido llevarlo al médico, pero él solo pedía que lo llevaran a casa.
Aquellas Navidades fueron especialmente emotivas. Eso sí, mi padre solo se pudo alimentar de caldo, que bebía en un porrón pequeño. Pero estábamos juntos y todos éramos conscientes de que aquello era casi un milagro. Un milagro que había hecho posible la amistad.





2 comentarios:

  1. Eso si que es un milagro de Navidad. Desde Pamplona te deseamos, a ti y a todos los tuyos, que paséis unas felices fiestas y que el 2017 sólo traiga cosas buenas. Y, como digo yo, cada vez que alguien se acuerda de los que ya no están y se cae alguna lagrimica, es como si les dieras un besico.
    Abrazos y besicos desde Pamplona.

    ResponderEliminar
  2. Tienes razón, Inma, me gusta lo que dices de que acordarnos de ellos es como darles un beso, es una imagen bonita. Que pases muy buenas Navidades, tú y tu familia. Un abrazo grande y gracias.

    ResponderEliminar