lunes, 2 de enero de 2017

Felicitar el Año Nuevo





Las  llulletas


Una costumbre  de Campo, que forma parte más de la tradición de algunos pueblos europeos que de lo que se hace en España, es la de felicitar el Año Nuevo a los padrinos de bautismo.
Para ello, los niños iban a sus casas y les deseaban un buen año y ellos, los padrinos, les obsequiaban con algún detalle, que recibía el nombre de llulletas. Como antiguamente no había mucho para elegir en cuestión de regalos, al final las llulletas consistían en alguna fruta, unos orejones, castañas, alguna peladilla o algún caramelo. Si tenías la suerte de tener un padrino rumboso, cabía la posibilidad de que dejara deslizar alguna moneda en los bolsillos del abrigo, unos céntimos seguramente, raro era que llegara a la peseta...  Eso sí, las madrinas detallistas solían preparar a sus ahijados un cestito adecuado para la ocasión, y no era raro ver, sobre todo a las niñas, mostrar orgullosas sus regalos envueltos o presentados con alguna labor primorosa de ganchillo.


La vida en una sociedad pequeña, como es la de un pueblo, estaba "programada" de modo que no faltaran ocasiones de entretenimiento y diversión, en las que todo  el mundo participara. Como ahora se diría, se trataba de socializar. Los vecinos de una comunidad pequeña, están acostumbrados a prestarse apoyo en la enfermedad y en las desgracias, también es una necesidad encontrar momentos de pasarlo bien juntos. Este era uno de ellos:  

Damas y Caballeros

Cada año, el día de Año Nuevo después de la misa mayor, se congregaban hombres, mujeres y niños alrededor de una mesa que se había instalado debajo del balcón de Casa Bienvenido. Allí había dos pucheros, uno que contenía los papelitos con el nombre de los mozos y el otro con el de las mozas, y de lo que se trataba era de coger un papel de cada lado para formar parejas al azar.  
La ceremonia se desarrollaba así: dos mayordomos, ayudados de dos niños, procedían al sorteo. Se extraía por una de las manos inocentes el papel con el nombre de una chica y el mayordomo daba lectura del mismo. A continuación, el otro niño sacaba el nombre de un mozo y el otro mayordomo lo leía también, y en cuanto era oído por el público allí congregado empezaba ya la algarabía, puesto que la gente visualizaba ya la pareja formada y a menudo la suerte deparaba emparejamientos muy divertidos, que provocaban la hilaridad general.  
En ocasiones también se celebró este sorteo durante el baile del día de Año Nuevo.  
Las parejas así formadas tenían que ir juntas a la sesión de baile que se celebraba el día de Reyes, pero no quedaba ahí la cosa, porque poco a poco se fueron añadiendo nuevos detalles o “requisitos” y al final quedó establecido así:   
Cuando llegaba el 6 de enero, día de la Epifanía, cada mozo iba a recoger a su casa a la chica que le había correspondido en el sorteo. La chica le recibía amablemente y lo invitaba a merendar. Cada familia procuraba hacer “buen papel” y obsequiaban al joven lo mejor que podían: longaniza asada, jamón, pastillos de calabaza o de almendra, buen vino, etc. No solía faltar el café y el puro. Después de bien comidos y en buena armonía iba la pareja al baile, donde estaban esperando su entrada todos los curiosos (todo el pueblo) que miraban si el chico fumaba el puro que le habían regalado, si la chica se había arreglado mucho o poco, si hacían buena pareja, etc.   
El baile se abría con una pieza musical que la orquesta dedicaba a todas “las Damas y los Caballeros” y que era el momento culminante para poder saborear los resultados que el sorteo había deparado, que, como hemos dicho, eran motivo de chanza y bromas, pues a veces resultaban emparejamientos muy chocantes, como una chica mayor con un chaval muy joven, o un chico o chica muy presumidos con alguien que no se presentaba muy bien vestido...  
Después, cada uno podía estar con quien quisiera, aunque el mozo siempre procuraba ser cortés e invitar a “su” chica a tomar algo o hacerla bailar si veía que no tenía con quién hacerlo. Cuando terminaba la sesión de baile la acompañaba a su casa, y luego la iba a recoger para la sesión de noche. Y con todos estos estrictos protocolos, respetados por pura diversión, los mozos se portaban como auténticos caballeros, educados y deferentes, y las chicas se sentían unas damas, "contempladas" e importantes, que era de lo que se trataba. 


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