jueves, 28 de marzo de 2013

La Semana Santa en Campo


matracas y algunas costumbres



Para no repetirnos con las mismas explicaciones, si estáis interesados  en conocer, o tal vez en recordar, algunas particularidades de la Semana Santa en nuestro pueblo, podéis visitar los comentarios que ya hemos dedicado en este blog al mismo tema, como el titulado  Aleluya u otro, también con el nombre de Alleluia  además de aquél en el que hablábamos de las Procesiones, publicado en nuestra "ex web" de Campo.
Lo que yo recuerdo de aquellas celebraciones, hace ya bastantes años, es que en mi casa sabíamos cuando se acercaba la Semana Santa, calendarios aparte, porque mis hermanos se entregaban frenéticamente a la construcción de las matracas que tenían que hacer sonar durante estos días. Probablemente todos lo sabéis pero, por si alguien no lo recuerda, diremos que eran unos instrumentos para hacer ruido (que no música). Se hacían con una tabla a la que iban unidos una especie de martillitos o mazos móviles (uno, dos o tres...) que al golpear sobre la madera producían el ruido. En realidad, la tabla se sujetaba a un palo o agarrador y era al hacer girar este palo, cuando se provocaba el movimiento de los mazos, que, entonces, golpeaban. 
Como en esos días de recogimiento y tristeza no se podían hacer sonar las campanas, los chicos se encargaban de sustituirlas, recorriendo matraca en mano y a toda velocidad las calles del pueblo para llamar a los oficios religiosos, etc. Las tocaban con tanta vehemencia que muchas veces se les rompían.
A mi lo que me gustaba era cuando la procesión de Viernes Santo recorría las calles del pueblo ya de noche, y todo el mundo iba con las velas encendidas  cantando el "Perdón a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor". En las pausas entre canción y canción, reinaba un silencio total y sólo  se oía el ruido de las cadenas, que arrastraba atadas a sus pies, el hombre que llevaba la cruz a cuestas. Era muy emotivo.  
También nos lo pasábamos muy bien "visitando monumentos"... Se dice así, "monumentos", en plural, porque era costumbre visitar diferentes templos de la ciudad o del pueblo,  pero como en Campo sólo tenemos una iglesia, pues íbamos allí, estábamos cinco minutos, salíamos a la calle a darnos un paseo de media hora, mirábamos a otros jóvenes "visitadores" que se estaban paseando todos endomingados y volvíamos a entrar en la misma iglesia para hacer otra visita. Todo eso con el consiguiente  ponerse y sacarse la mantilla.  
Aunque lo más divertido era cuando en el Oficio de Jueves Santo el párroco se arrodillaba para lavar los pies a las autoridades, que estaban sentadas  allí en el altar. No faltaba ningún año en el que el gracioso de turno, en el momento de sacarse los zapatos alguno de aquellos vecinos, no se llevara las manos a la nariz en señal de que le estaban llegando ciertos efluvios desagradables...
Que no se piense que a pesar de todas estas frivolidades no se vivía con devoción la Semana Santa, es que había tiempo para todo. ¡Eramos jóvenes! 
 

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