jueves, 17 de noviembre de 2016

El otoño en el monte

Antiguamente


El ritmo de las labores del campo, y también de muchos de los trabajos domésticos, venía marcado por las estaciones del año. Antonio Castel Ballarín ha recopilado esta información para nosotros.

BELLOTAS DEL "CAIXIGÁ" Y ENCINAS DE "AVELLANA"

La recogida de ambos frutos se realizaba en otoño. A primeros de octubre comunicaban en el pueblo, mediante pregón, que se podía ir a buscar bellotas al "Caixigá".
Al día siguiente, pronto por la mañana, se formaba un cordón de gente del pueblo hacia el monte. Había casas que iban todos preparados con cestos y sacos. Cruzaban la palanca, entonces de tablas de madera y unos por el camino del río, por "Mal pas" (por ser muy estrecho y estar junto al agua del río), se dirigían hacia la zona denominada "las Pradinas"; otros subían por el tozal de "las Parcions" y entraban por esta zona al Caixigá.

El trabajo consistía en ir recogiendo las bellotas una a una del suelo con la mano e ir depositándolas en una cesta que cuando se llenaba se procedía a vaciar en un saco, así todo el día. El trabajo no era duro, pero sí resultaba pesado. A la hora de comer cesaba la recogida, entonces con lo que se había traído de casa se procedía a la comida, en corros, para después, una vez acabada,  volver a empezar la recogida.
Normalmente se llevaba ya algún burro, pero si no, se dejaban los sacos amontonados y durante los días siguientes se bajaban al pueblo con algún animal de carga.
La bellota era un buen complemento para la alimentación del cerdo unos meses antes de la matanza, en el mes de diciembre o primeros de enero.
El ambiente en el monte entre los cajigos resultaba agradable puesto que se oía hablar a los vecinos de la tarea, silbar y, hasta en ocasiones, cantar. No faltaba la distracción de alguna ardilla que asustada por el murmullo de la gente saltaba de rama en rama y de árbol en árbol.
Una vez que, más o menos, se habían agotado las bellotas, se podía pastorear el ganado que rebuscaba y acababa con alguna que se había quedado oculta entre zarzas o debajo de alguna hierba.
El trabajo en el monte de "Avellana" era más pesado, primero porque había que ir andando hasta allí, que hay un buen trecho desde el  pueblo y, en segundo lugar, por lo escarpado y pendiente que era el monte. Sin embargo, valía la pena porque las encinas de este monte eran dulces y mejores que las bellotas del "Caixigá", por lo que resultaba muy buen complemento par la alimentación del engorde del cerdo.
También aquí se dejaban los sacos en el monte y un día a la semana había que subir a buscarlos con el burro. Se salía de casa casi de noche, para estar en el monte a primeras horas del día. Como se aprovechaba la jornada hasta últimas horas de la tarde, casi siempre se regresaba también de noche. 

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